Eduardo Tijeras: «El mito de Jano»
23 Mar, 2011 | Por Ramón Tijeras | Seccion: En portada, Libros «La condición adversativa o la lógica de la infelicidad» es la leyenda que sigue al título del último ensayo de Eduardo Tijeras en torno a la idea de progreso y la felicidad.
El libro comienza con esta cita de Karl R. Popper: «En cuanto filósofo no me interesa la duda y la incertidumbre, porque son estados subjetivos y porque hace mucho tiempo abandoné por superflua la búsqueda de la certeza absoluta. El problema que me interesa es el de los motivos racionales críticos en sentido objetivo para preferir una teoría a otra, en la búsqueda de la verdad. Estoy seguro de que ningún escéptico ha dicho algo como esto antes que yo».
Tijeras centra así el asunto que le interesa en torno a las contradicciones en que se puede incurrir a la hora de mejorar la condición humana por medio de de soluciones tópicas y tradicionales. Todas ellas relativas, tal y como subrayan el filósofo austriaco o el inglés John Harris cuando se pregunta: «Y si (…) no es injusto tratar de mejorar algo como la inteligencia mediante la educación, ¿por qué habría de ser injusto tratar de mejorarla mediante manipulación genética? Claro que se da por supuesto que la manipulación genética de estos rasgos o condiciones es a la vez posible y seguro. Si no es ni posible ni seguro, esto será lo que constituya la objeción, no el hecho de que estemos tratando de mejorar la condición humana. Todo ser moral debe tener esto como objetivo».
«EL MITO DE JANO» Eduardo Tijeras PRÓLOGODe la caverna-habitáculo al rascacielos funcional, del pedestrismo puro a la navegación por el espacio o del sustento adquirido a mordiscos a las delicadezas del gourmet, el hombre ha progresado. Pero de matarse a golpes y lanzazos unos pocos de la tribu al exterminio de doscientas mil personas con una sola bomba también puede decirse con el consiguiente horror y sarcasmo que el hombre ha progresado. Luego la primera incontrovertible característica de la idea de progreso es la de su ambivalencia. Progresa todo a la vez, el bien y el mal y, por tanto, no es absurdo pensar que el progreso puede esterilizarse a sí mismo, que hay que someterlo a balance continuo o que se trata de un mero cambio. Sea como fuere y debido a diversas razones constitutivas o coyunturales, el caso es que lo indeseable se eterniza y existe una perennidad del dolor y el desacomodo, por lo que las posibilidades de emancipación, libertad, justicia y gusto sin menoscabo tienden a ser ambiguas, huidizas y difíciles. Esto provoca la necesidad de aproximarse con nuevas sospechas y recursos a tan pertinaz enigma, mísero y grandioso a la vez, representado por los conflictos intrínsecos o azarosos de la condición humana, que es de lo que más se quiere tratar aquí, de algunas de sus limitaciones y de sus muchas oportunidades de transformación a través de diversos sistemas, unos tradicionales y consabidos, otros en pleno desprestigio y los menos de interés novedoso mas tampoco exentos de dudas y polémicas.
A causa de cierta insatisfacción o por fuerza del entorno, yo he pasado insensiblemente de la lectura del ensayo más o menos filosófico y literario a la lectura que, sin desmedro de otros valores, implica la investigación del porqué de las cosas a través del cauce científico, lo cual no es nada nuevo —en la antigüedad griega la filosofía formaba parte de la física— pero que en las últimas décadas ha cobrado mucha importancia y es ya imprescindible; ensayos de carácter científico que no excluyen el légamo filosófico (Einstein se inspiró en David Hume) o al menos no están concebidos como si se trataran de disciplinas incompatibles o de sistemas que contienen proposiciones distintas en relación a las cosas que más importan, tales como el grado de verdad objetiva, la exegesis de enigmas, la validez práctica del pensamiento, la concordancia de teoría y realidad, el incremento del bienestar humano y la superación del relativismo conceptual (al que aquí se le dedica alguna atención no sistematizada), entre otros elementos.
Aquí conviene delimitar perspectivas y capacidades y acotar limitaciones personales. Es necesario para no llamarse a engaño. Dados el aumento de complejidad y la amplitud del conocimiento, son inevitables las metodologías especializadas en cuanto a instrumentos de profundización del saber, ya se trate de economía, artes escénicas, política o mecánica cuántica y, por eso mismo, también son cada vez más útiles o propiciatorias las miradas diagonales, los trasuntos de coordinación y los siempre anhelados proyectos de teorías unificadas. ¿Es legítimo pensar que hoy la frontera del conocimiento o la esperanza de un cambio de la condición humana se hallan más en la experimentación científica y en sus derivados sociales que en otros planteamientos tradicionales ya sobradamente sancionados por la historia, con toda la carga polémica que esto comporta y que se quiere esbozar en las páginas siguientes?
Avizorar la riqueza y el conflicto que suponen las aportaciones científicas y técnicas al desenvolvimiento de la especie humana o de cualquier índole en un mundo cargado de extrañeza, equívocos y paradojas, a veces sangrantes, no sería asequible al común de los mortales, al hipotético hombre de la calle —salvo en el uso cotidianizado que haga de tales aportaciones—, si al mismo tiempo no se hubiera producido una cierta revolución cifrada en el afán de inteligibilidad e intento de compenetración con la inmensa mayoría por parte de sus autores y tratadistas o, con palabras más vilipendiadas, una voluntad de divulgación que cree posible simplificar sin notable merma de su significado los reductos académicos y de laboratorio para hacerse entender en términos asimilables, o casi, a través de los medios de comunicación más al alcance de la mano, lo cual representa uno de los signos de nuestro tiempo y permite ver en la tarea de esta elite científica entreverada de filosofía la configuración de una suerte de «nuevo humanismo» que sustantiva el posible discurso innovador del siglo.
Aceptando que el núcleo popularizado de algunas vertientes de la filosofía de la ciencia y la técnica es el más dinámico y prometedor en el reflejo de un cierto movimiento de progreso y cambio en las estériles antinomias de la condición humana, interesa exponer éstas aun sumariamente sin eludir las limitaciones y heterodoxias a que obligan las circunstancias, por supuesto preconcebidas, y que no son obviamente las de la especialización, sino que provienen más bien de dejar oír la voz un tanto aturdida de los que no hablan nunca, es decir, los recipiendarios ya aculturados víctimas del bombardeo divulgativo y que tampoco desdeñan llegado el momento inmiscuirse en las entretelas de la complejidad.
Según Stephen Hawking, en los siglos XIX y XX la ciencia se hizo demasiado técnica y matemática para los filósofos, y para cualquiera, excepto para unos pocos especialistas. Los filósofos redujeron tanto el ámbito de sus indagaciones que Wittgenstein, el filósofo más importante del siglo XX —aclara Hawking—, dijo que la única tarea que le quedaba a la filosofía era el análisis del lenguaje. «¡Qué diferencia desde la gran tradición filosófica de Aristóteles a Kant!» Evidentemente es una exageración. Pero en seguida Hawking agrega algo aprovechable: «Si descubrimos una teoría completa, con el tiempo habrá de ser, en sus líneas maestras, comprensible para todos y no únicamente para unos pocos científicos. Entonces, todos, filósofos, científicos y la gente corriente, seremos capaces de tomar parte en las discusiones sobre la existencia del universo» y sus derivados —agregamos nosotros— acerca de la condición adversativa del ser humano, que es la antesala de cualquier enjuiciamiento y nadie se puede liberar de sus servidumbres. En este sentido el libro entero es en realidad un breve prólogo. Y por demás, ya se sabe que los mitos son flexibles y vistosos y pueden arrogarse cualquier responsabilidad ilustrativa de cara al tiempo y a los avatares de la cultura.