Vamos a hacer dinero
10 Oct, 2011 | Por Ramón Tijeras | Seccion: ActualidadLet´s make money (Vamos a hacer dinero) es el título de uno de los documentales que se pudieron ver en España poco antes de que comenzaran las concentraciones de indignados en todo elpaís. En él se explica cómo Occidente exprime al tercer mundo confiscando materias primas para mantener sus lujos. La historia es demoledora. Comienza en las minas de Ahafo, en Ghana, cuyo oro se reparte de forma desigual, a razón de un 3 por ciento para Africa y un 97 para Occidente, cuando llega a Suiza y se convierte en lingotes marcados a fuego con las insignias de lo bancos y las grandes compañías de inversión.
El documentalista alemán Erwin Wagenhofer cuenta que la mina se abrió con dinero del Banco Mundial, y a partir de ahí explica cómo fluye el dinero de Occidente a los países emergentes para obtener ganancias cada vez mayores mientras se mantiene a raya a las poblaciones autóctonas que sobreviven con sueldos miserables que no pasan de 50 euros al año.
Otro caso es el de Burkina Faso, que produce el mejor algodón del mundo, pero que no sale de la miseria porque países ricos como Estados Unidos no dejan de subvencionar sus producciones de algodón, impidiendo así que suba el precio y que países como Burkina Faso pueda obtener rentas capaces de crear escuelas y alargar l esperanza de vida de su población, que ronda los 42 años de edad.
Al mismo tiempo se proyecta pudo ver antes y durante las manifestaciones Inside job, un documental del norteamericano Charles Ferguson, que explica cómo se originó la crisis económica de 2008, proporcionando las claves para entender cómo se mueven los grandes fondos de inversión y cómo los asesores de Bush en la Casa Blanca siguen presentes en el equipo presidencial de Obama.
En la película aparecen los chacales que Estados Unidos suele enviar a los países del tercer mundo a imponer sus condiciones antes de recurrir al ejército, así como los grandes inversores que se están quedando con servicios públicos de Europa como la red de tranvías de Praga, que sirve de modelo a los planes del PP para privatizar el agua de Madrid que sale del Canal de Isabel II.
Otro documental que cerraría esta trilogía imaginaria sería Un planeta en venta, del francés Alexis Marant, que se puede ver on line en la web de RTVE que cuenta cómo más de 50 millones de hectáteras cambiaron de manos en 2009 ante la perspectiva que se avecina de una monumental crisis alimentaria cuando en unos pocos años la población mundial se duplique y pase de 6.000 millones a 12.000 millones de personas.
Países como Arabia Saudí, con grandes desiertos sin agua, se han dado cuenta de que tienen que invertir en lugares remotos como Argentina para garantizarse grandes producciones de trigo. En Etiopía, que durante años ha sufrido una dictadura comunista que puso la propiedad de todas sus tierras en manos del Gobierno, se están vendiendo miles de hectáreas a inversores como el hindú Ram Karuturi, que trata de hacerse con el diez por ciento de la producción mundial de arroz basmati, a costa de desplazar a los ganaderos tradicionales de la zona sin que el dinero revierta en ellos.
Todas estas obras explican cómo se multiplica el beneficio para unos pocos a costa de millones de personas que permanecen en la miseria. Curiosamente, en dos de esos documentales se llama la atención sobre lo que ha ocurrido con la burbuja inmobiliaria en España, donde miles de viviendas de vacaciones de baja calidad, construidas con dinero de los fondos de inversión en torno a grandes campos de golf, se han quedado vacías, enterrando los sueños de miles de ahorradores que se han visto atrapados por la crisis y las decisiones de unos pocos que no han dejado por ello de ganar cuantiosas comisiones por mover el dinero de un sitio a otro del mundo. Las consecuencias de esta situación se aprecian en España a través del alto índice de paro, el precio de la vivienda, la congelación de las pensiones y un largo etcétera de desastres.
En este ambiente vemos cómo ha surgido el movimiento por una democracia real que carga contra partidos políticos, bancos, sindicatos y demás elementos característicos del sistema. Por fin parece que la gente –jóvenes en paro, jubilados cabreados, radicales descontentos…– se ha dado cuenta de que hay que poner freno a los excesos de nuestros gobernantes y empresarios. El fenómeno ya se ha extendido a otros países de Europa. Y es que todos tenemos ante nuestros ojos las caras de quienes tratan de garantizar sus fortunas sin pudor y con mucha cara dura: Berlusconi con sus fiestas, Strauss-Khan con sus desmanes sexuales, Alierta con los incentivos para directivos en medio de miles de despidos, Rato con su banco (ya no es Caja Madrid ni Bankia sino el banco de Rato)… Y todos alrededor de cosas como el Banco Mundial, de donde han salido personajes célebres como Ricardo Díez Hochleitner (Polanco/Santillana), y el Fondo Monetario Internacional, cuyos miembros salen en uno de los documentales de arriba como habituales de los burdeles de lujo de Washington y Nueva York.
¿Estos son los que tienen que firmar para que Portugal acceda a su multimillonario rescate o para que un autónomo disponga de un crédito para trabajar o para que los países del tercer mundo logren equilibrar sus economías con las occidentales?
Hace nops meses no sabíamos si las concentraciones en torno a la Spanish Revolution calarían más allá del 22-M. Hoy vemos cómo los indignados han aparecido desde el puente de Brooklyn en Nueva York, hasta la explanada del teatro de la ópera de Sidney, en Australia.