De Wikileaks a Openleaks: las nuevas plataformas de información
1 Jun, 2011 | Por Ramón Tijeras | Seccion: ActualidadLa aparición de Wikileaks en el panorama informativo internacional ha provocado una interesante discusión sobre el presente y el futuro del periodismo. La historia de Wikileaks tiene apenas tres años. La de Openleaks, una especie de escisión de Wikileaks, ni siquiera ha comenzado. Pero el concepto que sus responsables han puesto sobre la mesa ha removido la forma de comportarse de los principales medios de comunicación del mundo.
El director del documental Inside Job, Charles Ferguson, de cuyo trabajo ya nos hemos ocupado aquí, ha anunciado su interés por llevar al cine la controvertida figura del fundador de Wikileaks, Julian Assange.
La personalidad de este curioso personaje da para cualquiera cosa, y esta vez Ferguson ha optado por una película al uso, alejada del género documental que le ha dado fama. No sabemos si concebirá algo parecido a La red social, basada en la figura del fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, o si piensa en algo más sobrio y comprometido con el trasfondo que supone la aparición de estas nuevas plataformas de información.
Por cierto, Zuckerberg también se ha dado cuenta del potencial que tiene Facebook para los periodistas y ha diseñado una estrategia de acercamiento para que estos profesionales usen su red para difundir sus informaciones.
Lo cierto es que las relaciones sociales y los negocios del siglo XXI se están edificando alrededor de estas plataformas. Y a nosotros, el caso de Wikileaks, por sus peculiaridades y la repercusión que ha tenido en el mundo del periodismo, nos merece algunos comentarios, al haber provocado, aparentemente, unos cambios en la profesión que al final del camino no nos parecen tan radicales, salvo por la potencia que adquiere la difusión de información confidencial a través de internet.
Wikileaks se ha presentado en sociedad con un cierto halo de misterio porque apenas se conocían detalles sobre sus fuentes de financiación, su organización y funcionamiento, aspectos que uno de los socios iniciales de Assange se ha encargado de desvelar, al menos parcialmente, en un libro de reciente publicación titulado Dentro de Wikileaks (Rocaeditorial, 2011).
Su autor, Daniel Domscheit-Berg, un informático afincado en Berlín que ha pasado los últimos tres años junto a Assange al frente de su centrifugadora de secretos, cuenta un amplio anecdotario sobre las manías, defectos y virtudes del fundador de la plataforma. Lo presenta como un plañidero, mentiroso y obsesionado por el dinero.
Lejos de ofrecer una imagen sofisticada y compleja sobre la trastienda de Wikileaks, Domscheit desvela precisamente sus carencias. En resumen, cuenta que Wikileaks comenzó sin dinero, sin apenas equipos informáticos y con tan sólo un grupo de personas que durante mucho tiempo sólo fueron dos, Assange y el propio Domscheit, escondidos tras la identidad de múltiples direcciones de correo que daban la impresión de un gran conglomerado formado por equipos de abogados, departamentos especializados y voluntarios repartidos por todo el mundo.
La idea tal vez no se concibió en un garage, pero las carencias de medios de sus mentores recuerdan esas aventuras empresariales que luego han acabado en imperios como Microsoft, Google y Facebook.
En sus inicios, la filosofía de Wikileaks estaba orientada hacia la publicación indiscriminada de las filtraciones que recibía, sin apenas editar y presentadas al público según el orden en que llegaban a sus manos. La idea era prescindir de los intermediarios habituales que trabajan en el camino que va de las fuentes al público.
En medio de ese camino están los periódicos y los periodistas. Dos figuras de las que Wikileaks renegaba en sus inicios. Una de las claves de su funcionamiento ha sido preservar la identidad de sus fuentes de información a toda costa y presentar los documentos a los que ha tenido acceso sin demasiados maquillajes.
Esto se convirtió en una de las señas de identidad de Wikileaks. Sus informadores permanecen en el anonimato incluso para los propios miembros de Wikileaks. Es decir, el sistema informático que utiliza la plataforma permite la recepción anónima de información sin posibilidad de identificar a los autores de las filtraciones. Pero este anonimato es precisamente uno de los problemas que aún no han solventado en Wikileaks, cuyos responsables no están en condiciones de verificar nada sobre sus fuentes cuando éstas proporcionan material falso o desvirtuado.
Desde el nacimiento de Wikileaks se ha especulado con toda clase de teorías misteriosas sobre sus impulsores. Se dijo que entre sus fundadores había un grupo de disidentes chinos que en realidad no fundaron nada. En realidad, detrás de Wikileaks sólo había una dirección IP y un par de treinteañeros con varios correos y nombres supuestos, sorprendidos por la repercusión de un fenómeno nuevo en internet.
El primer caso que sus responsables difundieron en la red –correspondencia interna, notas y contabilidades de la Banca suiza Lulius Bör– organizó un buen revuelo que contribuyó a considerar Wikileaks como un entramado poderoso por desconocido. Pero se trataba de un entramado que cometía errores juveniles. Wikileaks empezó a publicar información falsa sin contrastar, y a publicar rectificaciones interesadas también sin contrastar, algo contrario a la esencia misma del periodismo profesional que Wikileaks combatía desde el anonimato de sus fuentes y unos servidores a punto de convertirse en chatarra.
Al final, Wikileaks recurrió a los intermediarios tradicionales, los periódicos, a quienes suministró los miles de documentos del Cablegate, para que sus periodistas desbrozaran su contenido al estilo tradicional. Periódicos como El País empezaron a dosificar la información para hacerla más digerible. En definitiva, sus periodistas se dedicaron a seleccionar, contrastar y contextualizar el gran volumen de información que contenían los miles de mensajes electrónicos proporcionados por Wikileaks. De ahí salieron cientos de titulares y se demostró que era necesario aplicar los viejos usos del periodismo para desentrañar y valorar el contenido de tanta información.
Curiosamente, El Pais, que durante años se quejó de su competidor, El Mundo, se dedicara a servir de buzón de las filtraciones procedentes de la Audiencia Nacional, se convirtió en el principal aliado español de la gran filtración que representa Wikileaks.
Hoy día, el ex socio de Assange, Daniel Domscheit-Berg, está montando Openleaks, una nueva plataforma de difusión de filtraciones que trata de cubrir las carencias de Wikileaks contando con la colaboración de universidades de periodismo, organizaciones no gubernamentales y otras instituciones que puedan garantizar una valoración y una difusión correctas de la información, abriendo tantos canales especializados como sean necesarios.
Openleaks separa la recepción de la información de los distintos canales que utilizará para su difusión. La plataforma garantizará una recepción segura y una difusión diversificada que permitirá a las fuentes decidir a través de qué canales se podrá difundir su información, pasando a otro canal en caso de que la información no vea la luz en un plazo de tiempo determinado.
En Wikileaks, tras la acumulación inmensa de información que se acumuló en sus cajones, se optó por publicar la que sus responsables entendieron que tendría más repercusión, con lo cual empezaron a aplicar criterios de valoración y selección que traicionaban sus principios fundacionales.
Openleaks pretende no influir con sus criterio selectivo en la valoración y difusión de sus filtraciones. Wikileaks solucionó el problema delegando este proceso en periódicos de prestigio como The New York Times, The Guardian o El País. Otros periódico, como The Washignton Post han decidido montar sus propias plataformas de recepción de filtraciones, lo cual indica la dirección e influencia que ha tenido la experiencia de Wikileaks en el mundo del periodismo.
A día de hoy, está claro que las nuevas plataformas de información están cambiando los usos del periodismo, pero también se constata que los periódicos tienen aún mucho que decir a la hora de cambiar su funcionamiento y adaptarse a los nuevos tiempos. Ni unos ni otros podrán ignorarse mutuamente, y todos tendrán que convivir con otras plataformas como Facebook y Twitter, que ya sirven a los periodistas para multiplicar el efecto de sus informaciones y para establecer canales de ida y vuelta entre ellos y sus lectores, quienes se convierten, además, en competidores y nuevos emisores de información a través de sus blogs.
Desde luego, el perfil de los informadores está cambiando y ya empieza a ser más importante gestionar y desbrozar grandes volúmenes de información procedentes de múltiples fuentes y soportes, que buscar información nueva a partir de investigaciones periodísticas realizadas a la antigua usanza.
A partir de aquí surgen dos nuevas figuras: el Community Manager o Social Media Manager, encargado de gestionar, construir y moderar comunidades virtuales en internet, manteniendo conversaciones sociales en línea, a través de herramientas sociales; y el Periodista Digital, especializado en el uso de herramientas informáticas para extraer información a partir de grandes volúmenes de datos disponibles a través de estadísticas y otros soportes.
Todas estas figuras confluirán en un futuro cercano y las universidades ya están orientando sus especialidades hacia estos nuevos perfiles informativos.